Los reyes avanzaron hasta llegar a
Sainte-Menehould a eso de las ocho. La noticia de la huida del rey se había
difundido ya y cundía la agitación entre el pueblo. Uno de los más exaltados
era el maestro de postas del lugar, Jean-Baptiste Drouet, quien había visto a
la reina tiempo atrás, cuando era militar. Cuando echó un vistazo al interior
de la carroza reconoció a María Antonieta de inmediato y también se percató de
que el supuesto criado Durand tenía los mismos rasgos que el rey, tal como se
lo representaba en los billetes que circulaban por entonces.
La carroza real logró continuar el
camino, pero Drouet, tomando otra ruta, llegó antes que ellos a la siguiente
etapa, el pequeño municipio de Varennes-en-Argonne, a tan sólo 50 kilómetros de
Montmédy. Los fugitivos llegaron allí cuando ya era de noche y se detuvieron a
las afueras. Drouet había dado la voz de alerta e hizo que el procurador,
monsieur Sauce, máxima autoridad del lugar dado que el alcalde estaba ausente,
examinara los papeles a los viajeros. Inicialmente, Sauce declaró que los
pasaportes estaban en regla y no había motivo para retener a la carroza, pero
Drouet dio un puñetazo sobre la mesa y respondió: «Son el rey y su familia, y
si los dejáis marchar al extranjero seréis culpable de alta traición». Sauce se
inclinó; a la espera de comprobar la identidad de los viajeros, los alojó en su
propia casa. El glotón Luis XVI aceptó gustosamente el pan y el queso que la
esposa del anfitrión les ofreció para reponerse.
Entonces a Sauce se le ocurrió
despertar a un vecino ya mayor, antiguo juez de paz, que había estado en
Versalles y que sin duda había visto al monarca; él podría resolver la duda de
si aquél era verdaderamente el rey. Así sucedió. Cuando el anciano se presentó
ante el rey se arrodilló y exclamó «¡Ah, Sire!»; Luis XVI no pudo, o no quiso, seguir
ocultando su identidad. Declaró a todos que era el monarca y les pidió que lo
dejaran continuar a Montmédy.
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